La infancia, esa atestada de figuras que te enrostran la felicidad, que te incitan, en la inocencia de la edad, a esperarla.
La tristeza imperdonable entre muñecas, estatuas, cosas mudas, faborable al doble monólogo entre yo y mi antro lujurioso, el tesoro enterrado en mi primera persona singular.
Lo que quiero es honrar a la poseerdora de mi sombra, mas no es permitido. Las posesiones del resto la causa.
Habría que escribir sin para qué ni para quién.
1.- Nueva tarea: Comprender, no porque me sienta furiosa existe la ira.
2.- No pensar que: si viera un perro muerto sentiríame morir de orfandad pensando en las caricias que recibió.
3.- Tres: Debiéramos hacer como los pájaros. Que juegan a oírse cantar.
Yo no quiero decir. Yo quiero entrar.
¿Qué diría el mundo si Dios lo hubiera abandonado así?
(O la hiperbolía de la niña ésta)